Abriendo caminos para las mujeres en la diplomacia multilateral
Mi vocación inició cuando tenía 13 años. A través de mi escuela primaria, mis padres se enteraron de la organización global CISV (en aquel entonces acrónimo de “Children’s International Summer Villages”), creada en 1950 y con operaciones hasta la fecha, cuya misión principal educar a las y los estudiantes participantes sobre los derechos humanos, la diversidad, el desarrollo sostenible y aspectos de paz. Con mucho esfuerzo, me mandaron a mi primer campamento de verano con CISV en Budapest, Hungría. A través de un sinfín de actividades y debates, aprendimos a apreciar diferentes perspectivas y culturas y se generó en mí un sentido de ciudadanía global. A mi regreso, con una visión del mundo completamente distinta, decidí que “cuando fuera grande” sería diplomática y trabajaría para la Organización de Naciones Unidas.
Hace un mes cumplí 15 años trabajando para la ONU en varios roles. Durante los últimos tres años, he tendido el privilegio de dirigir un equipo de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos con el mandato investigar graves violaciones de derechos humanos y crímenes internacionales cometidos en América Latina. Durante todos los años que llevo en la organización, jamás he dudado de mi decisión y vocación, y todos los días me siento privilegiada de poder denunciar, desde mi posición, la situación de comunidades en riesgo y grupos vulnerables.
Sin embargo, este largo recorrido en la ONU y en el mundo de la diplomacia no ha sido siempre fácil y me ha enseñado que las mujeres seguimos enfrentando numerosos retos que continúan configurado nuestras experiencias y oportunidades. Las mujeres en la diplomacia, incluyendo las que trabajamos en la ONU, a menudo nos encontramos que “techos de cristal” que dificultan nuestra progresión profesional, y que son difíciles de romper, sobre todo cuando se trata de altos cargos diplomáticos, a pesar de nuestras aptitudes y logros. Este fenómeno se ha atribuido a prejuicios sistémicos y a roles de género tradicionales que históricamente han favorecido a los hombres en puestos de liderazgo. Personalmente, no han sido pocas las ocasiones en las que me he sentido en la necesidad de trabajar más y mejor que mis colegas, por el simple hecho de ser mujer.
Además de estos retos, las mujeres en la diplomacia frecuentemente sufrimos al intentar obtener un equilibrio entre nuestro trabajo y nuestra vida personal. Las expectativas sociales van en contravención con nuestras propias aspiraciones laborales y personales; y al inicio de nuestras carreras solemos desarrollar un agotamiento profundo y problemas médicos relacionados con estrés. Por experiencia, puedo decir que el trabajo personal nos ayuda a resurgir más fuertes y con mejor comprensión y claridad sobre nuestras prioridades. Esto es necesario porque estas contradicciones no terminan. Por ejemplo, desde que soy madre, mi trabajo ha requerido que mi familia y yo nos mudemos de país de residencia en cuatro ocasiones. A pesar de contar con el apoyo incondicional de mi familia, cada una de estas mudanzas ha conllevado importantes desafíos personales y profesionales.
Desde hace varios años, la ONU ha emprendido varias iniciativas y acciones para abordar los retos a los que nos enfrentamos las mujeres en la diplomacia y promover la igualdad de género dentro de sus propias instituciones y entre sus Estados miembros. Estos esfuerzos incluyen: la promoción del liderazgo femenino al buscar activamente tener más mujeres en puestos directivos; la integración de la perspectiva de género en todo el trabajo de la organización, incluyendo políticas y programas; la creación de una campaña de paridad de género a través de acciones específicas que buscan equiparar la representación de mujeres en altas posiciones; y la creación de programas de capacitación y formación dirigidos a mejorar las competencias y aptitudes de las mujeres. Además, tengo el privilegio de trabajar para una organización que reconoce varios de los retos a los que nos enfrentamos las mujeres en el ámbito familiar y personal, al permitir tener flexibilidad laboral y proporcionarnos muchas herramientas para nuestro crecimiento y autocuidado.
Estos esfuerzos, sin duda, siguen dando frutos. Sin embargo, nos corresponde a las mujeres en posiciones de liderazgo dentro de la ONU el asegurar que estos esfuerzos continúen y nuestros puntos de vista y experiencias sean escuchadas e incorporadas a todos los niveles de la toma de decisiones dentro de la organización.
Las mujeres brindamos una perspectiva única que ayuda a comprender y abordar problemas globales complejos con mayor eficacia. Los equipos con diversidad de género y sensibilidades culturales variadas permiten comprender matices culturales de manera más efectiva, y con ello fomentar relaciones internacionales respetuosas y eficaces. Asimismo, la participación de mujeres en procesos de paz los hace más exitosos y duraderos; el enfoque de las mujeres en las negociaciones suele hacer hincapié en la colaboración y la reconciliación.
La Organización de las Naciones Unidas es un referente, y sienta importantes precedentes en la agenda mundial de los Derechos Humanos. Al promover y practicar la diversidad de género dentro de la organización, estamos también abriendo el camino para que otros organismos internacionales y los Estados miembros incorporen políticas que promuevan la igualdad de género y empoderen a las mujeres, lo cual, sin duda contribuye al progreso global.
Estoy convencida de que la creciente presencia de mujeres en posiciones de liderazgo dentro de la diplomacia, incluidos organismos internacionales como la ONU, puede servir de fuente de inspiración para las futuras generaciones de mujeres que aspiran a desempeñar roles de influencia y toma de decisiones. Al demostrar nuestro compromiso y destacar nuestros logros, desafiamos los obstáculos y prejuicios sistémicos que históricamente han limitado las oportunidades para las mujeres en este ámbito.