Margaritas sin Hielo
Margarita
150 g de tequila blanco
60 g de licor de naranja (Cointreau)
3 limones pelados sin piel blanca ni huesitos
150 g de azúcar
500 g de cubitos de hielo
Tip: Sustituyan el azúcar por helado de limón
Este texto fue construido con historias que he vivido, que he acompañado y que me han contado. Pretende visibilizar las historias de mujeres que, como yo, contribuyen de diversas formas a las labores diplomáticas de sus parejas funcionarias. Porque aquí estamos, desde afuera, amando a México con todo lo que podemos.
Vivir fuera de México podría asemejarse a beber margaritas hechas sin hielo. Ahí está la afortunada fusión del tequila y el Cointreau, mezclados con el azúcar y el limón. Pero a la temperatura equivocada, todo sale de balance. Nadie piensa en ese sutil pero importante ingrediente, el hielo. Nadie celebrará nunca con una margarita sin hielo.
Me explico. La vida diplomática de quienes acompañamos a las y los funcionarios oficiales conlleva importantes gratificaciones, pero también requiere de una complejidad de habilidades y mucha resiliencia. Servir a México en el exterior -aunque puede ser visto por muchos como una actividad poco rentable- nos expone a conocer otras culturas, a perfeccionar idiomas y construir amistades significativas, muchas de ellas son ahora parte de mi familia. Además, como mamá, estoy segura de que mi hija se beneficiará de los retos y oportunidades que sólo puede dar la experiencia de vivir en el exterior.
Sin embargo, la vida en pareja se enfrenta a mayores presiones y retos cuando se vive fuera de México. La inmunidad diplomática y la condición de empleados federales no alcanzan para contrarrestar las vulnerabilidades de expatriarse sin plenos derechos en el país de destino y estamos lejos de la protección legal, social y familiar de la que gozamos en México.
Con cada mudanza, todos los integrantes de la familia se enfrentan a múltiples desafíos: duelos múltiples por dejar atrás amistades y rutinas, por cambios de escuelas, de idiomas y hasta de climas; incertidumbre por no contar con doctores de confianza, por no conocer el idioma ni las costumbres locales, por volver a empezar desde cero.
Para quienes somos parejas, cada traslado es un trabajo de tiempo completo. Nos encargamos de encontrar las escuelas y doctores, contratar los servicios básicos como un chip de celular, el servicio de internet y televisión, abrir cuentas bancarias, y muchas otras tareas orientadas a proteger lo más posible a nuestra familia de los dolores e incomodidades de ser los “outsiders”, los ajenos, los de afuera. Nuestra vida se consume en facilitar la adaptación de quienes amamos a un lugar totalmente extraño, diferente y siempre sorprendente.
Una vez pasado el primer tramo de la adaptación, nuestra incursión en la sociedad de acogida suele beneficiar la labor diplomática de nuestras parejas, al multiplicar su red de contactos y facilitar su comprensión del país destino. Lo logramos siempre, sin importar si conocemos el idioma, el protocolo, los riesgos sanitarios o las características de la vivienda. Logramos todo eso al tiempo que construimos y fortalecemos nuestra familia.
Muchas de nosotras, yo diría que somos la mayoría, tenemos estudios de posgrado. Cuando el país de adscripción lo permite o México ha celebrado un convenio para que podamos trabajar, siempre buscamos participar en la vida laboral. Enfrentamos obstáculos peculiares, como ofertas para puestos por debajo de nuestro nivel de experiencia y conocimientos, porque somos extranjeras y no cubrimos los requisitos de integración (además de que saben que, por la condición de nuestras parejas, dejaremos el país muy pronto). Para nosotras es casi imposible acceder a puestos de toma de decisiones mientras vivamos en el exterior debido a las labores diplomáticas de nustras parejas.
Además de las dificultades laborales, muchas viven en una condición particularmente vulnerable. Nosotras también podemos enfrentar situaciones graves como la violencia doméstica. Cuando sucede, irónicamente no podemos acudir a los mecanismos de protección consular, pues nos podríamos enfrentar a colegas de nuestra pareja que pudieran no querer intervenir o, en el peor de los casos, intencionalmente ralentizar la atención. El principal obstáculo es que no existe en la Secretaría de Relaciones Exteriores mecanismo institucional alguno para la atención de dependientes económicos. Muchas veces, las líneas de apoyo en México terminan en el departamento de protección consular, dejándonos a merced de la red de quienes nos vulneran en casa.
Acudir a las autoridades locales en nuestra condición migratoria de dependiente económico de personal diplomático conlleva consecuencias muy distintas a las de cualquier otra persona, y no siempre resulta en protección efectiva para nosotras ni para nuestras hijas e hijos.
Es curioso cómo el amor por nuestra familia y por nuestro país nos termina dejando en una situación aún más expatriada. Caminamos a lado de la Cancillería pero desde afuera, sin acceso a herramientas como los cursos que ya existen para funcionarios de ceremonial y protocolo; y sin posibilidad de acceder de manera libre y segura a los servicios de protección consular a los que tienen acceso todas las personas mexicanas en el exterior.
Todo ello ha repercutido en nuestra salud mental y física. Entre nosotras se multiplican las historias de depresión multifactorial, de múltiples tipos de violencia que quedan sin atender y de potenciales profesionales que quedan truncos permanentemente. Ante la Secretaría de Relaciones Exteriores, somos dependientes económicos, parte del menaje de casa del funcionario. Aún no se valoriza nuestra aportación al servicio de México y de cuidado de nuestras familias. No se ha retribuido lo que hacemos y que se expresa en un mejor desempeño de nuestras parejas, incluyendo las cenas organizadas, las reuniones en casa, los contactos que logramos, las puertas que abrimos y los problemas que resolvemos. Todo esto permanece invisible ante la Cancillería.
Por todo esto celebro la existencia de la sección 24deJunio dentro de Globalitika planeada como un espacio para todas las mujeres en la diplomacia, incluyéndonos a nosotras, las acompañantes, dependientes económicas, las parejas. Visibilizarnos es indispensable en cualquier intento de corresponsabilizarnos con las labores de cuidado. Visibilizarnos es necesario para ver que las mujeres, funcionarias y no funcionarias, seguimos realizando la mayor parte de las tareas no remuneradas pero con beneficios prácticos y tangibles para el país. Seguiremos escribiendo y seguiremos hablando sobre eso.
La Política Exterior Feminista de México tiene el potencial de alcanzarnos a nosotras también. Algunas propuestas que se han solicitado en muchas ocasiones incluyen:
1. Apoyo para nuestra autonomía económica: contar con convenios laborales en todos los países donde México tenga una representación para que tengamos acceso a trabajo remunerado.
2. Fortalecer a nuestras familias: otorgar apoyos adicionales como guardería o atender a familias diplomáticas con hijos e hijas que tienen capacidades diferentes y ampliar la licencia de paternidad, para fomentar la corresponsabilidad en las tareas del cuidado.
3. Abrir líneas de comunicación: establecer un mecanismo de ayuda y orientación directa de Cancillería para atender casos de violencia y de salud mental de parejas y familiares (mujeres y hombres) de personas diplomáticas.
El objetivo de estas y muchas otras ideas es que el costo de contribuir a las labores diplomáticas de las parejas no sería tan alto, y la deserción de mujeres valientes que se atreven a tener esta vida sea mucho menor. Somos un escalón invisible lleno de historias de éxito, de logros que impactan positivamente al desempeño laboral de nuestras parejas.
Estamos aquí por algo más que convicción. Lo hacemos por amor, a nuestra pareja, a nuestra familia y a nuestro país. Ojalá pronto nuestra experiencia viviendo en el exterior se asemeje a beber margaritas como deben ser, con mucho hielo y por supuesto, escarchadas con tajín.